Yo era un sorprendente alumno de la escuela número 10 del pueblo. Además era el más listo y el más educado del grado. Pero tenía un problema: usaba anteojos y para todo el grado esto me hacía inferior a los demás. Un día la profesora María, antes de empezar la clase, nos tenía una sorpresa. El grado que tuviera menos indisciplinas durante un mes, iba a obtener un viaje a Misiones. Ese mes fue el más tranquilo del colegio en años, a pesar de que existieron algunos pequeños problemas de conducta, pero al final el viaje lo ganó mi grado. Entonces al otro día partimos rumbo a Misiones, donde nos esperaría Agustín, el dueño de la estancia donde nos íbamos a hospedar.
Cuando arribamos a la estancia, Agustín nos recibió muy amablemente con alfajores y ricos caramelos de limón. Después de comer fuimos a dejar las maletas a las cabañas. La maestra nos dejó descansar un par de minutos. Después de cenar teníamos que realizar una serie de actividades nocturnas. Pero había un inconveniente, pues a más de la mitad del grado le asustaba la oscuridad y yo formaba parte de ese grupo, yo le tenía terror a la oscuridad. Después de cenar fuimos en un micro al terreno donde se realizarían los juegos. Dicho lugar se encontraba a unos pocos kilómetros de la estancia. Durante el viaje nos advirtieron que el terreno había sido habitado por indios, por lo tanto, podría llegar a haber viejos pozos a los que utilizaban para cazar animales y como a mí me interesaba la historia, le pregunté a mi maestra:
—Seño,¿ me podría decir que tipo de indios habitaron esas tierras?—
—Si, Walter. Fueron los Tehuelches, hace unos novecientos años atrás—
—Gracias, profe, usted es una genia—exclamé.
Al llegar, el primer juego que debíamos realizar era fácil, nada más había que adivinar qué animal emitía el sonido, pero los siguientes serían mas complejos. En el segundo teníamos que realizar una pequeña caminata de un kilómetro y el objetivo era adivinar sobre qué estábamos caminando. Aproximadamente en la mitad de la caminata me caí en una trampa para animales con Pedro, el compañero que más se reía de mis anteojos y de mi miopía. Al caer, nos desvanecimos. Al despertarnos, ya era el amanecer. Nos despertamos mareados pero en pocos minutos pudimos recuperarnos. Mientras buscábamos una forma de escapar, la maestra se había dado cuenta de que le faltaban dos alumnos, Pedro y yo. Entonces, mi seño tuvo que comentarle a Agustín sobre el hecho y tuvieron que cancelar la vuelta a la estancia. Yo estaba desesperado por huir porque si Pedro me empezaba a cargar me iba a poner muy mal. Pero en determinado momento divisé una ranura de luz por la cual empecé a gritar desaforadamente por ayuda. Después de unos pocos minutos de haber gritado apareció desde un lugar del pozo oscuro una serpiente, que quería atacar a Pedro y yo, sin pensarlo dos veces, con una madera que tenía a mi alcance persuadí a la serpiente y ésta huyo. Justo después de espantar a la serpiente Agustín nos encontró tras escuchar los gritos de Pedro. Agustín nos ayudó a escapar y me agradeció por haber defendido a Pedro. Antes de retirarse del terreno Pedro me agradeció por lo que hice por él. Pero por las dudas le pregunte.
—¿Estas bien, Pedro? —
—Sí, Walter, gracias por salvarme de la serpiente. Y prometo no burlarme más de tus anteojos
Y les cuento que ahora Pedro es mi mejor amigo.¡Qué loco es el mundo!¿no?
Muy bien, Nico!
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